viernes, 6 de octubre de 2017

PARTE DE GUERRA No 38 : TRAICIÓN EN LA IGLESIA


El bullicio de Nueva York no pareció perturbar el ánimo resuelto del visitante. Frente amplia y huidiza, quijada enorme, nuca arrugada en cuatro pliegues. Sonrió enseñando los dientes ante el saludo respetuoso del maletero. Luego entro a una  limousine y se alejó del aeropuerto rumbo a su destino.
Horas después el cardenal Agustín Bea, Presidente del Secretariado para la Unión de los Cristianos,  entraba en el suntuoso Hotel WaldorfAstoria donde ocurren las cosas más diversas el Presidente de la República ofrece una conferencia de prensa, la comunidad judía expulsa a Henry Kissinger o alguna luminaria del cine monta su show personal, ya sea escándalo o suicidio. En este caso el Cardenal  Bea, judío de apellido Behar,  parecía sentirse muy cómodo. Estaba en la ciudad talmúdica por excelencia para conversar con los dirigentes de *la Logia masónica B´nai B´rith, o Hijos de Cavenant, de la rama Mizraim o exclusivamente hebrea, con 400,000 miembros distribuidos en 330 Logias en Norteamérica y unas 80 en el resto del mundo, cuyo instrumento es el famoso Congreso Mundial Judío. Allí lo esperaba de pie,  sobre la gruesa alfombra de una suite, Label A.Katz, considerado el enemigo número uno del cristianismo.
Vino, queso, miel………………..
Por un momento ambos personajes se midieron con escrutadora mirada. Estaban frente a frente el poderoso representante de la Santa Sede y el Gran Maestre de la Orden, Soberano Gran inspector de la Masonería Mundial. Pronto llegó el saludo efusivo. En realidad ya se conocían. En 1960, el 18 de enero para ser precisos, Katz había sido recibido en el Vaticano. Y ahora, un año y medio después, gozando del delicioso tiempo reinante en octubre, volvían a encontrarse mientras en Roma la Comisión Central pre-conciliar con el gran cardenal Ottaviani a la cabeza trabajaba intensamente sobre los esquemas que podrían haber salvado a la iglesia si no los hubieran descartado los progresistas que coparon el Concilio.
Por supuesto, hubo atenciones. Un brunch sugestivo, Vino, quesos, miel……. Horas después estaba sellado el pacto. Los judíos,   que controlan la mayoría de los medios de comunicación –agencias de noticias,  cadenas periodísticas,  estaciones de radio y televisión, y empresas cinematográficas – guardarían compostura ante el Concilio, es decir no lo combatirían. ¿Y la Iglesia? Ah…. La Iglesia… El purpurado asentía en nombre de Ella con gesto triunfalista y despreocupado.
 Estaba, parecía estarlo, absolutamente convencido de que una nueva Iglesia surgiría en Roma. Se llamaría “Iglesia Conciliar”. Como en efecto así la llaman. Su Eminencia Mons. Benelli y muchos prelados pos-conciliares. Quizá llegaba a la mente o al corazón del cardenal Bea el Magisterio de diecinueve siglos, pero las palabras de los Papas rebotaban ante su endurecida actitud ¿Los masones judíos exigían la mal llamada ¿libertad religiosa? ¡Aprobado! Cierto que esto implicaba el triunfo de los librepensadores que rechazan todo dogma en tanto la religión católica es esencialmente dogma. Pero ese era el precio que había que pagar. Es posible que el cardenal Bea recordara que Gregorio XVI había llamado “delirio “a esa  “libertad de perdición” En todo caso logró controlar su conciencia. Después de esto aceptar los Derechos del Hombre le fue más fácil. Como dice el refrán. “Muerto por mil, muerto por mil quinientos “.
Claro que Pio VI condeno los “Derechos del hombre” en su encíclica. ”Adeo nota” pero eso fue en 1791….y para los padres conciliares modernistas y liberales hay que ir al compás de los tiempos, aunque las afirmaciones papales sobre estas materias tengan en muchos casos el carácter de infalibles y permanentes, según lo de –nuestra  Michel Martin en “El Vaticano y los errores liberales” (Roma, N° 63-64). Por algo durante el Concilio se esquivaron las encíclicas “Mirari vos” de Gregorio XVI y “Quanta cura” y el “Syllabus” de Pio IX.

El brunch parecía inacabable. Más vino, más queso, más miel….
 Faltaba algo muy importante que la Iglesia se comprometiera a rechazar el antisemitismo y a segar algunos textos tradicionalmente duros aunque veraces y, en todo caso, a no insistir en lo de “pueblo deicida”. ¿Pueblo deicida” ¿Eso nomas? ¡Trato cerrado! Un último sorbo, el del estribo, y las gruesas alfombras apagaron las pisadas del cardenal al retirarse del Waldorf-Astoria. Pero de cada rincón salía el eco mal amortiguado de la Palabra: “Vosotros sois hijos del diablo” (Juan, 8,45). ! La primera traición estaba consumada! ¿Y las seis bulas papales condenando a la masonería donde se prohíbe terminantemente pertenecer a las logias? Ah… eso pertenecía al pasado…. Y en el nuevo Código Canónico se suprimirá la excomunión.  Asunto terminado.
Amarrarse los cinturones.
La frase acostumbrada de las azafatas resonó  monocorde  en el avión  que conducía el cardenal Bea  rumbo a Ginebra. En el aeropuerto lo esperaban  los suyos y los ajenos, conciliares y protestantes. Y había que ceñirse, como exige el Señor a quienes se le enfrenta. (Job, 38). El viajero debió palparse  discretamente la correa y la ajustó al máximo. Porque lo que iba hacer  en Ginebra  era nada menos que enfrentarse  con Dios. 1962, año del Concilio Vaticano II. Los acontecimientos  se precipitaban.

Había que resolver el problema del ecumenismo mediante el acercamiento  a los “hermanos  separados” (herejes y cismáticos, según la tradición). Behar  creía que la iglesia debía de ser abierta, porosa, receptiva, amnésica, infiel. El presidente del secretariado  para la unidad de los cristianos quizás estaba persuadido  de obrar bien,  pero después de lo de Nueva York, en el año precedente, parece difícil de imaginarlo siguiera.

La reunión con los jerarcas  del Consejo Mundial  de las Iglesias, que agrupa a protestantes de diverso pelaje, tuvo un resultado  definido: los protestantes  colaborarían  con el Concilio  y en las reformas  que de él surgieran. y Roma se avenía a modificar  todo aquello que en su constitución,  en su liturgia, en sus leyes, fuera contrario al espíritu protestante. Total una significativa retractación católica. El concilio de Trento, la lucha  de la iglesia contra la reforma, las condenas  a Lutero, Calvino, Cranmer, Zwinglio, etc. todo tendría que ser revisado. Otra vez esta suerte  de computadora que todos tenemos  en el cerebro  debió tocarle a Behar timbres de alarma. Lutero habría aparecido  en la pantalla  imaginativa vociferando  su odio a la iglesia.
 “cuando la misa sea trastornada  estoy convencido  que habremos trastornado  todo el papismo… Yo declaro  que todos los prostíbulos, los homicidios, los hurtos, los asesinatos y los adulterios son menos malvados  que aquella abominación  que es la Misa papista. ¿Qué sentiría  el cardenal  al recordar  estas palabras?
 No lo sabemos, pero no alcanzaron  a detenerlo. La mente  le seguiría pasando  otros textos, como este de San Pio V. ”En virtud de nuestra Autoridad Apostólica, nos concedemos  y acordamos que este mismo Misal podrá ser seguido  en totalidad de la misa  cantada o leída  en todas las iglesias,  sin ningún escrúpulo  de conciencia  y sin temor de incurrir en ningún castigo, condenación o censura y que podrá válidamente  usarse, libre y lícitamente y esto a perpetuidad .
Y de una manera análoga, nos hemos decidido  y declarado que (…) jamás nadie, quienquiera que sea, podrá ser contrariado  o forzado  a cambiar de misal o  a anular la presente  instrucción  o a modificarla, sino  que ella  estará siempre valida y con fuerza de ley “  (bula Quo Primum tempore).
Finalmente el cardenal Bea acepto  en nombre de la iglesia  conciliar todo lo exigido  por los protestantes. El lago Léman  le invitaba al sueño eterno, pero resolvió volver a Roma. ¡La segunda traición era una abrumadora realidad!
Los Popes Rojos
Paralelamente a las actividades relatadas, otro prelado, Mons. Willebrands, holandés secretario  del cardenal Bea  y posteriormente  cardenal de la iglesia  conciliar, iniciaba contactos en Paris, durante el mismo año  de 1962, con el obispo ortodoxo Nikodim, hombre de la KGB. Quien  más tarde  moriría en audiencia  con el Papa Juan Pablo I.
 Willebrands debía obtener el concurso  del patriarcado  ortodoxo ruso y el envió  de una delegación  a Roma. Por cierto la iglesia (con minúscula) ortodoxa soviética es una farsa de principio a fin. Fue creada por el padrecito Stalin cuando lo considero necesario  como maniobra  publicitaria  para hacer bajar la guardia  a Occidente. Como la mayoría  de los auténticos  popes o sacerdotes ortodoxos había sido asesinada, apresada o deportada, recurriendo a un pelele, le pusieron barba y sotana y  lo declararon [patriarca]. El tal patriarca Alexéi de Moscú se llamaba en realidad Rubín Y  era un judío  de Odesa (Ucrania) que juro  lealtad al Kremlin. Precisamente en Ucrania desde 1945 a 1950 – según el vaticano- más de 3,600 sacerdotes  habían sido muertos y 1,000 iglesias  o capillas  clausuradas o arrasadas. La nueva {iglesia}  creo su escuela o {seminario  para preparar curas  al servicio del pueblo}.
La reacción soviética  no fue al comienzo  muy positiva. Entonces Mons. Willebrands se vistió de hombre  de negocios  y voló  disfrazado a Moscú para continuar  las conversaciones. El periodista católico  Gregory Mac Donald ha publicado  un interesante  artículo  en la revista inglesa  Appoaches, cuyo  texto aparece reproducido en SI SI  NO NO, Boletín  de centro de estudios  Antimodernista San Pio X, N* 21,que se edita en Italia.  Aquí se revela el itinerario de la operación rábano.

Los socios  del Kremlin respondieron  {No, eso es imposible, porque corremos el riesgo  de ser condenados  por el concilio} willebrands  insistió. El cardenal Bea no le perdonaría un fracaso. Así surgió la condición  impuesta  por Moscú, que el Concilio  no condenaría  al comunismo. Pero el concilio  ya esta baja en funciones. Había que actuar rápidamente porque Mons. Marcel  Lefebvre juntos con otros  cuatrocientos cincuentas padres conciliares preparaba una propuesta para condenar  expresamente  al comunismo.

 Willebrands debió sentir que la ropa de seglar  le incomodaba. No es lo mismo vestir como  prelado que como hombre  de negocios ¡y qué negocio! Acepto la exigencia. En su libro {Pope John} Juan Balducci es claro las explicitas garantías dadas al gobierno soviético y al patriarca  de que en el concilio el espíritu político  no encontraría expresión sellaron el pacto. Para Hales en {Vaticano II, primera sesión} la frase empleada por el Papa Juan XXIII y trasmitido por Willebrands fue: {No se suscitaran ocasiones  de polémica  acerca del comunismo}. Era la tercera traición!  ¿Y las enfáticas  condenas del Magisterio de la Iglesia? ¿Y la encíclica {Divini Redemptoris} de Pio XI, ¿cómo quedaban? Oh, no había problema. Pio XI {esta superado}…
Willebrands dejo Moscú  el 2 de octubre. El 4 de ese mes el cardenal Bea cursó formal invitación cablegráfica al patriarcado  ortodoxo  soviético a fin de que enviase  observadores  al concilio.
 El sínodo ortodoxo, que se auto titula {santo}, decidió el 10 acceder a la invitación. Roma fue informada  el 11  y el arzobispo Berejov y el archimandrita Kotliarov llegaron al Vaticano el 12 de octubre.
Lo más grave  no son los tres  pactos  sino el cumplimiento  de los mismos.  El Concilio, controlado por liberales, masones  y progresistas, aprobó la libertad religiosa, una nueva liturgia que en 1969. Se convirtió  en la misa protestantizada actual, y guardo bajo siete llaves  la condena al comunismo. La capitulación  ante el Kremlin explica también el fracaso  de la propuesta  suscrita  por 510 padres  conciliares,  de 76 países, para que el Sumo  Pontífice, juntos con todos los obispos, consagrara Rusia al Inmaculado Corazón de Maria, tal como lo tiene pedido  la Virgen de Fátima  desde 1917.
Ahora sabemos lo que significa TRAICION A LA IGLESIA.

FUENTE: PARTE DE GUERRA, JULIO VARGAS PRADA.

PAGS: 205 – 209.


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